Nos reunimos 4 personas desde Nueva York, California, Tenerife, y Italia. Un grupo pequeño, el cambio de hora jugó una mala pasada. Leímos el microrrelato Espiral, del escritor argentino Enrique Anderson Imbert.
Se mencionó el papel que tiene la metáfora de la escalera de caracol, una espiral que no termina. También la metáfora del espejo. Y las palabras de “me pesaba en la boca”, como un control del uno en otro. ¿Qué es la realidad? De la oscuridad a la luz. La escalera del caracol es también una metáfora del cielo.
Es un texto rico en su brevedad, con múltiples perspectivas y miradas que abordar.
La propuesta de escritura que usamos fue: Escribe una carta a tu falso yo. Los textos fueron construidos en la sombra del texto. Se escribió a una misma como si fuera otra, en espiral, en oposición y en confianza.
Aquí, ahora alentamos a los participantes que, si así lo desean, compartan lo que escribieron a continuación. Deja tu respuesta aquí, si deseas continuar la conversación sobre la fotografía de Andrea González Soto. Pero antes, les recomendamos tener en cuenta que el blog es un espacio público donde, por supuesto, no se garantiza la confidencialidad.
Por favor, únase a nosotros en nuestra próxima sesión en español: El sábado 4 mayo a las 13 hrs. o a la 1 pm EDT. También, ofrecemos sesiones en inglés. Ve a nuestra página de sesiones grupales virtuales.
Espiral por Enrique Anderson Imbert (Argentina)
“Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo oscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente.
En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.”
Credit: Anderson Imbert